Wednesday, October 19, 2005

GUADALAJARA, GUADALAJARA, EN EL NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO, DEL ESPIRITU SANTO Y AQUÍ NUNCA PASA NADA.

Don Luis se levantó muy temprano la mañana del día anterior a la romería, después de abrir los ojos mas por costumbre que por convicción, porque aunque uno no lo quiera veinticinco años trabajando en el mismo lugar evolucionan de ser una sonrisa matutina a una vespertina, siempre serio desde hace veintitrés y dejando caer el peso de su grasosa y rancia cara en la enorme papada de carne la cual le impide verse los pies cuando está parado, se sentó, respiró profundamente y con los ojos entreabiertos; primero jalo una gran cantidad de aire a través de la berenjena que tiene por nariz manteniendo la respiración por sólo segundo y medio para inmediatamente después exhalar de una forma semiviolenta, asemejando una especie de eructo cruzado con trompetilla. Ese pequeño detalle no es nada mas que la alarma-despertador de su adorable y sumisa mujer: Doña Laura, la cual al escuchar semejante rugido repara de la cama como acabada de baldear con agua fria, calza sus sandalias y se cubre con una horrible bata de tela de toalla rosa, a la vez que abandona la pieza; todo esto en un tiempo récord de cinco segundos perfectamente sincronizados con la mano derecha de Don Luis, quien todavía sin abrir por completo los ojos lleva primero a la frente, después al pecho, luego al hombro izquierdo de ahí al derecho y finalmente a los labios.

El almuerzo sucede en una cocina con manchas de tiempo, todos llegan y se van de uno en uno o a veces, si es demasiado milagro de dos en dos, así que cuando el ultimo y más chico de los cinco hijos se acerca a desayunar, Don Luis se limpia los frijoles que le quedan en la boca usando la tortilla como servilleta, se va a trabajar y no besa a su mujer.

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